La nube
Entonces una tarde
a tanta insistencia,
terminé por comprarte una nube,
y no era que no quería,
no era que me empaquetaba,
porque con vos, era bastante fácil,
apenas me subi a una silla,
estiré el brazo,
pagué los honorarios
y acto seguido
la usabas en los hombros,
¡qué bien te sentaba el blanco entonces!
y al pasarle la lengua por encima
era como un hielo con sabor a lima,
como esas fragancias
que usabas en las tardes de otoño,
esas que tanto se parecen a estas
en que esa misma nube llueve,
y no deja de embarrar el pelo,
los nudillos en el suelo,
y ese bosque dibujado
en una esquina de la boca.
Tánatos.

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